Érase una vez, un mundo donde la
esclavitud se compraba, y además, costaba bien cara. Un mundo donde los esclavos
se llamaban seres humanos, y donde los amos, eran conocidos como smartphones.
La iniciación era sencilla: el
esclavo, dispuesto a gastar su dinero en algo tan valorado en aquellos tiempos
como un smartphone, se dirigía a uno de los comercios donde disponían de
diferentes tipos de amos, todos colocados de tal manera, que era fácil que
cualquiera los deseara. Antes de adquirirlo, los esclavos analizaban a sus
amos, los comparaban con otros para elegir en cual era mejor invertir su
dinero, o simplemente, en caso de que el esclavo fuera uno de los fanáticos de
la manzana mordida, adquirían uno de este modelo porque pertenecían a una
importante marca con mucha reputación, al parecer, por inflar el precio de sus
productos. Al menos, esa empresa, logró que los niños del mundo, entraran al
colegio, sabiendo cómo decir ¨manzana¨ en inglés.
Una vez que el esclavo compraba a
su amo, el proceso de esclavitud comenzaba. Por delante se encontraban
infinidad de horas que el amo robaría de la vida del esclavo, y muchas de
ellas, sin que éste se diera cuenta.
Pero los amos eran tan adictivos,
solo porque incorporaban una serie de funciones especiales, conocidas por aquel
entonces, como redes sociales. La finalidad de estas redes sociales, era
bombardear al esclavo con información, tanto de sus amigos, como de
desconocidos, o famosos, con las que el esclavo se entretenía durante un
excesivo periodo de tiempo. Por supuesto, el esclavo común, también terminaba
sucumbiendo a la tentación de estas redes sociales, y compartía una parte de su
vida a través de ellas.
Nunca antes la vida de la gente
había sido tan importante para el resto. Los ciudadanos, gracias a las redes
sociales, se convirtieron en sus propios paparazzis. Se enseñaba todo, desde
los pensamientos, opiniones, problemas y temores, hasta fotos personales donde
aparecía el esclavo, pero en su mejor versión posible. Hubo incluso una época, en la que
los esclavos se creyeron que eran modelos de élite ante las cámaras de su
móvil, con el fin de satisfacer a sus seguidores en las redes con poses dignas
de estrellas del mundo de la moda. El sector de la fotografía terminó por invadir las redes sociales.
Algunos expertos en estudiar
aquella época, confirman que la salud de las personas en aquella sociedad,
mejoraba en proporción a los ¨Me gusta¨ que recibía en ciertas redes sociales,
o a la expansión que sus publicaciones llegaban a alcanzar.
La fidelidad total a los amos y a
las redes sociales, consiguieron que las personas dieran a conocer detalles íntimos de sus vidas a gente
que realmente no conocían. Es más, en estos lugares llamados redes sociales, los
usuarios creían que todo aquel que tenían agregado como amigo, lo era
realmente. Al acumular cientos de ¨amigos¨, la mente del esclavo olvidaba que los
amigos buenos de verdad se cuentan con los dedos de una mano (de una mano de
los Simpsons, si me apuras).
Otra desgracia provocada por las
redes sociales, fue que restaron lo social. La gente prefería hablar a través
de una pantalla, usando un teclado, que a la cara. Se llegó al extremo de que
había que apreciar a aquellos con los que se quedaba para salir a la calle, y
que no dedicaban el 55% del tiempo a revisar si tenían notificaciones en el
móvil.
Con la tremenda
adicción que empezó a haber alrededor del mundo, llegó un momento en que
algunos empresarios vieron la oportunidad, y no la dejaron pasar. Se crearon
centros de desintoxicación, y diferentes ayudas para aquella adicción a los
amos smartphones. Despegarse del móvil resultaba tan complicado, que hizo
falta la intervención de profesionales, y aun así, muchos nunca lograron
escapar del problema.
En realidad, aquello fue una
adicción camuflada, ya que al sufrirla tantísima cantidad de gente, parecía
algo normalizado. Ante la imposibilidad de despegar la vista de la pantalla,
los esclavos se encontraban las 24 horas al servicio de los amos. El esclavo no
se despegaba de su smartphone en ninguna de las tareas diarias, desde ser lo
primero que utilizaba cuando se despertaba, a lo último que miraba antes de
dormir. Es más, por primera vez en la historia de la humanidad, se hizo
necesario un segundo complemento para defecar. Además del papel con el que
limpiarse, la gente acudía al retrete con su amo smartphone en la mano, para
cotillear las redes sociales, hasta cagando.
En el pasado hubo otras formas de
esclavitud que sufrió la humanidad. La más salvaje y despiadada, fue de humanos
sometiendo a humanos, forma de esclavitud que duró miles de años, en diferentes
partes del mundo, y con diferentes maneras de torturar la vida. Pero también
apareció la esclavitud de máquinas sobre personas, una forma de esclavitud más
disimulada. En un principio, los primeros amos tecnológicos, fueron las
televisiones, que tuvieron una época de gloria captando la vida de las
personas. Pero la esclavitud de la televisión fue una pincelada en comparación
con la que estaría por llegar con los smartphones. Aquella se convirtió en la
gran esclavitud del siglo XXI.
La esclavitud provocada por los
smartphones movió más dinero que cualquier otra, además de ser pionera en
conseguir que el esclavo fuera quien necesitara ser sometido por un amo, y no
el amo quien necesitara los servicios del esclavo. Se llegaron a extremos nunca
antes imaginados ni en el peor de los escenarios que vaticinaban los
futurólogos: la gente caminaba por las aceras de las ciudades sin mirar a su
alrededor, sino concentrándose en las pantallas de los smartphones, poniendo en
riesgo su integridad y la de los objetos de la calle con los que se pudieran
chocar. Pero la situación más peligrosa llegó cuando algunos sufrieron tanta
esclavitud como para poner en riesgo sus propias vidas y la de los demás, por
tal de no dejar el móvil ni siquiera en el momento de conducir. En efecto,
algunos mientras conducían le prestaban más atención a lo que apareciera en la
pantalla del móvil, que a la propia carretera.
Se dice que cuando los esclavos
estaban en la calle y se les agotaba la batería de su amo, sentían como si les faltara una parte más de su cuerpo (sensación que también tenían cuando los
servidores de alguna red social fallaban). No es de extrañar, que abundando
tanta dependencia, a los niños se les adoctrinara desde pequeños a querer ser
el día de mañana, nuevos esclavos, aunque algunos ya lo eran incluso antes de
saber hablar. Sin embargo otros niños, estuvieron alerta, y no se dejaron
llevar. Se encontró esta dura prueba gráfica, no apta para sensibles, de cómo
algunos pedían a sus padres que actuaran como padres.
El ritual religioso de bendecir
la mesa antes de comer, se transformó en hacer fotos a la comida y compartirla
en las redes. Las personas perdieron el control de sus datos en la red. En los
autobuses y transportes públicos, los jóvenes dejaron de buscar alrededor con
el fin de que su mirada se topara con alguien atractivo, por pasar perfiles de
usuarios con intenciones de ligar a la derecha o la izquierda. Se iba a un
concierto para grabar, y no para disfrutar. Los zombis dejaron de ser
personajes de ficción, porque se podían ver por las calles con un móvil en la
mano. La gente demostraba preocupación y concienciación por los problemas
sociales en las redes, pero no hacía nada por arreglarlos en la realidad.
El problema nunca se solucionó,
porque no interesaba solucionarse, y los teléfonos empezaron a ser demasiado
grandes para unas mentes tan pequeñas. Por supuesto, este mundo no pudo tener
un final feliz.
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