sábado, 1 de octubre de 2016

La esclavitud se carga

Érase una vez, un mundo donde la esclavitud se compraba, y además, costaba bien cara. Un mundo donde los esclavos se llamaban seres humanos, y donde los amos, eran conocidos como smartphones.

La iniciación era sencilla: el esclavo, dispuesto a gastar su dinero en algo tan valorado en aquellos tiempos como un smartphone, se dirigía a uno de los comercios donde disponían de diferentes tipos de amos, todos colocados de tal manera, que era fácil que cualquiera los deseara. Antes de adquirirlo, los esclavos analizaban a sus amos, los comparaban con otros para elegir en cual era mejor invertir su dinero, o simplemente, en caso de que el esclavo fuera uno de los fanáticos de la manzana mordida, adquirían uno de este modelo porque pertenecían a una importante marca con mucha reputación, al parecer, por inflar el precio de sus productos. Al menos, esa empresa, logró que los niños del mundo, entraran al colegio, sabiendo cómo decir ¨manzana¨ en inglés.

Una vez que el esclavo compraba a su amo, el proceso de esclavitud comenzaba. Por delante se encontraban infinidad de horas que el amo robaría de la vida del esclavo, y muchas de ellas, sin que éste se diera cuenta.



Pero los amos eran tan adictivos, solo porque incorporaban una serie de funciones especiales, conocidas por aquel entonces, como redes sociales. La finalidad de estas redes sociales, era bombardear al esclavo con información, tanto de sus amigos, como de desconocidos, o famosos, con las que el esclavo se entretenía durante un excesivo periodo de tiempo. Por supuesto, el esclavo común, también terminaba sucumbiendo a la tentación de estas redes sociales, y compartía una parte de su vida a través de ellas.

Nunca antes la vida de la gente había sido tan importante para el resto. Los ciudadanos, gracias a las redes sociales, se convirtieron en sus propios paparazzis. Se enseñaba todo, desde los pensamientos, opiniones, problemas y temores, hasta fotos personales donde aparecía el esclavo, pero en su mejor versión posible. Hubo incluso una época, en la que los esclavos se creyeron que eran modelos de élite ante las cámaras de su móvil, con el fin de satisfacer a sus seguidores en las redes con poses dignas de estrellas del mundo de la moda. El sector de la fotografía terminó por invadir las redes sociales. 

Algunos expertos en estudiar aquella época, confirman que la salud de las personas en aquella sociedad, mejoraba en proporción a los ¨Me gusta¨ que recibía en ciertas redes sociales, o a la expansión que sus publicaciones llegaban a alcanzar.

La fidelidad total a los amos y a las redes sociales, consiguieron que las personas dieran a conocer detalles íntimos de sus vidas a gente que realmente no conocían. Es más, en estos lugares llamados redes sociales, los usuarios creían que todo aquel que tenían agregado como amigo, lo era realmente. Al acumular cientos de ¨amigos¨, la mente del esclavo olvidaba que los amigos buenos de verdad se cuentan con los dedos de una mano (de una mano de los Simpsons, si me apuras).

Otra desgracia provocada por las redes sociales, fue que restaron lo social. La gente prefería hablar a través de una pantalla, usando un teclado, que a la cara. Se llegó al extremo de que había que apreciar a aquellos con los que se quedaba para salir a la calle, y que no dedicaban el 55% del tiempo a revisar si tenían notificaciones en el móvil.


Con la tremenda adicción que empezó a haber alrededor del mundo, llegó un momento en que algunos empresarios vieron la oportunidad, y no la dejaron pasar. Se crearon centros de desintoxicación, y diferentes ayudas para aquella adicción a los amos smartphones. Despegarse del móvil resultaba tan complicado, que hizo falta la intervención de profesionales, y aun así, muchos nunca lograron escapar del problema.

En realidad, aquello fue una adicción camuflada, ya que al sufrirla tantísima cantidad de gente, parecía algo normalizado. Ante la imposibilidad de despegar la vista de la pantalla, los esclavos se encontraban las 24 horas al servicio de los amos. El esclavo no se despegaba de su smartphone en ninguna de las tareas diarias, desde ser lo primero que utilizaba cuando se despertaba, a lo último que miraba antes de dormir. Es más, por primera vez en la historia de la humanidad, se hizo necesario un segundo complemento para defecar. Además del papel con el que limpiarse, la gente acudía al retrete con su amo smartphone en la mano, para cotillear las redes sociales, hasta cagando.

En el pasado hubo otras formas de esclavitud que sufrió la humanidad. La más salvaje y despiadada, fue de humanos sometiendo a humanos, forma de esclavitud que duró miles de años, en diferentes partes del mundo, y con diferentes maneras de torturar la vida. Pero también apareció la esclavitud de máquinas sobre personas, una forma de esclavitud más disimulada. En un principio, los primeros amos tecnológicos, fueron las televisiones, que tuvieron una época de gloria captando la vida de las personas. Pero la esclavitud de la televisión fue una pincelada en comparación con la que estaría por llegar con los smartphones. Aquella se convirtió en la gran esclavitud del siglo XXI.

La esclavitud provocada por los smartphones movió más dinero que cualquier otra, además de ser pionera en conseguir que el esclavo fuera quien necesitara ser sometido por un amo, y no el amo quien necesitara los servicios del esclavo. Se llegaron a extremos nunca antes imaginados ni en el peor de los escenarios que vaticinaban los futurólogos: la gente caminaba por las aceras de las ciudades sin mirar a su alrededor, sino concentrándose en las pantallas de los smartphones, poniendo en riesgo su integridad y la de los objetos de la calle con los que se pudieran chocar. Pero la situación más peligrosa llegó cuando algunos sufrieron tanta esclavitud como para poner en riesgo sus propias vidas y la de los demás, por tal de no dejar el móvil ni siquiera en el momento de conducir. En efecto, algunos mientras conducían le prestaban más atención a lo que apareciera en la pantalla del móvil, que a la propia carretera.

Se dice que cuando los esclavos estaban en la calle y se les agotaba la batería de su amo, sentían como si les faltara una parte más de su cuerpo (sensación que también tenían cuando los servidores de alguna red social fallaban). No es de extrañar, que abundando tanta dependencia, a los niños se les adoctrinara desde pequeños a querer ser el día de mañana, nuevos esclavos, aunque algunos ya lo eran incluso antes de saber hablar. Sin embargo otros niños, estuvieron alerta, y no se dejaron llevar. Se encontró esta dura prueba gráfica, no apta para sensibles, de cómo algunos pedían a sus padres que actuaran como padres.



El ritual religioso de bendecir la mesa antes de comer, se transformó en hacer fotos a la comida y compartirla en las redes. Las personas perdieron el control de sus datos en la red. En los autobuses y transportes públicos, los jóvenes dejaron de buscar alrededor con el fin de que su mirada se topara con alguien atractivo, por pasar perfiles de usuarios con intenciones de ligar a la derecha o la izquierda. Se iba a un concierto para grabar, y no para disfrutar. Los zombis dejaron de ser personajes de ficción, porque se podían ver por las calles con un móvil en la mano. La gente demostraba preocupación y concienciación por los problemas sociales en las redes, pero no hacía nada por arreglarlos en la realidad.

El problema nunca se solucionó, porque no interesaba solucionarse, y los teléfonos empezaron a ser demasiado grandes para unas mentes tan pequeñas. Por supuesto, este mundo no pudo tener un final feliz.


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