martes, 11 de abril de 2017

No nacemos aprendidos

Somos quienes somos, estamos donde estamos, y hacemos lo que hacemos por todas las experiencias que la vida nos ha ido dando. Tan sencillo como eso. Algunas de esas experiencias vividas nos encantan, disfrutamos con ellas, e incluso no nos importaría repetirlas sin descanso mil veces más por el puro placer que nos generan. Sin embargo, otras son duras, tristes, difíciles de superar, imposible de olvidar… pero tanto unas como otras son fundamentales y necesarias para formarnos como personas. Porque aprender a vivir es reír y disfrutar, pero también llorar y pasarlo mal.


Día a día, hora a hora, y minuto a minuto, nos enfrentamos a situaciones que nos hacen entender mejor este complicado mundo que nos rodea, o al menos, entenderlo a nuestra manera; moldeándonos a fuego lento por todo aquello que nos va sucediendo, y en mayor medida, por la forma en que respondemos a lo que nos sucede. Aprendemos a vivir, viviendo, y tomando decisiones que nos traen futuras consecuencias. El grado de placer de esas consecuencias son las que nos marca el camino.

Esto se puede trasladar a todos los aspectos de la vida. Desde las acciones más cotidianas de las que ni nos damos cuenta, hasta los problemas más grandes y desafiantes a los que nos lleva nuestra existencia. En lo cotidiano, quizás no prestamos toda la atención que deberíamos, y por eso ignoramos aprendizajes trascendentales que continuamente ocurren a nuestro alrededor. Y en los grandes problemas, aunque no lo creamos o nos cueste verlo en el momento, siempre hay algo bueno que merece la pena aprender… pero casi nunca es lo suficientemente intenso como para hacer sombra a lo negativo de la situación. Porque hasta en las peores situaciones hay un aprendizaje escondido.

Queramos o no, estamos rodeados por todas partes de factores que nos generan aprendizajes: las personas con sus actitudes, los libros/películas/series con sus mensajes, la música con sus sensaciones, los acontecimientos del mundo con sus maravillas y desgracias… Y la amalgama selectiva y personal que hacemos de todo, es lo que crea una mentalidad única en cada uno de nosotros. Es imposible escapar a las enseñanzas individuales que la vida nos da, porque hasta un tipo que viva en una cueva, aislado de toda civilización, estará aprendiendo algo que nosotros desconoceremos.

Hagamos lo que hagamos, estará determinado por lo que hayamos vivido previamente. Por tanto, resulta absurdo juzgar a alguien por las decisiones que ha tomado libremente, más cuando ninguno conocemos por lo que ha pasado en su vida.

Pero aun así, hay determinadas personas que no descansan en eso de lamentarse continuamente, como si el hecho de repetir una y otra vez a los cuatro vientos su complicada situación fuera algún tipo de terapia o solución. Lamentos que llegan porque les ha ido mal, o porque creen que en algo puntual que esté por llegar les irá fatal. La ¨doble D¨ los denominaría, porque son débiles y desconfiados. Pero en el otro lado de la realidad tenemos a los valientes, a los que han aprendido a base de palos, y miran de frente a la vida sin miedos, con el bagaje que han acumulado con el paso de los años. Ese, y no otro, pienso que es el camino, porque si algo está claro como el agua es que de los errores también se aprende.



Queramos o no queramos, las lecciones tanto positivas como negativas que nos llegan desde nuestra vida nos ayudan para mejorar como personas.  Seríamos totalmente distintos, e incluso auténticos desconocidos para nosotros mismos, de no haber vivido todo lo que llevamos a las espaldas. En el pasado, hemos tomado decisiones incomprensibles para nuestro yo actual, y en el futuro, se supone que tomaremos decisiones acertadas porque cada vez nos hacemos más expertos en esto de la vida…o no.


Y me refiero con ese NO final a que quizás en el futuro volvamos a fallar donde ya hemos fallado, porque en ocasiones, ignorar el aprendizaje obtenido y saber que vamos directo a una equivocación es demasiado tentador. El ser humano es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, pero todos sabemos que a veces tropezar en la piedra, resulta más interesante que esquivarla.


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