Somos quienes somos, estamos donde estamos, y hacemos lo que
hacemos por todas las experiencias que la vida nos ha ido dando. Tan sencillo
como eso. Algunas de esas experiencias vividas nos encantan, disfrutamos con
ellas, e incluso no nos importaría repetirlas sin descanso mil veces más por el
puro placer que nos generan. Sin embargo, otras son duras, tristes, difíciles
de superar, imposible de olvidar… pero tanto unas como otras son fundamentales y
necesarias para formarnos como personas. Porque aprender a vivir es reír y disfrutar, pero también llorar y pasarlo
mal.
Día a día, hora a hora, y minuto a minuto, nos enfrentamos a
situaciones que nos hacen entender mejor este complicado mundo que nos rodea, o
al menos, entenderlo a nuestra manera; moldeándonos a fuego lento por todo
aquello que nos va sucediendo, y en mayor medida, por la forma en que
respondemos a lo que nos sucede. Aprendemos
a vivir, viviendo, y tomando decisiones que nos traen futuras
consecuencias. El grado de placer de esas consecuencias son las que nos marca
el camino.
Esto se puede trasladar a todos los aspectos de la vida.
Desde las acciones más cotidianas de las que ni nos damos cuenta, hasta los
problemas más grandes y desafiantes a los que nos lleva nuestra existencia. En
lo cotidiano, quizás no prestamos toda la atención que deberíamos, y por eso
ignoramos aprendizajes trascendentales que continuamente ocurren a nuestro
alrededor. Y en los grandes problemas, aunque no lo creamos o nos cueste verlo
en el momento, siempre hay algo bueno que merece la pena aprender… pero casi
nunca es lo suficientemente intenso como para hacer sombra a lo negativo de la
situación. Porque hasta en las peores situaciones hay un aprendizaje escondido.
Queramos o no, estamos rodeados por todas partes de factores
que nos generan aprendizajes: las personas con sus actitudes, los
libros/películas/series con sus mensajes, la música con sus sensaciones, los
acontecimientos del mundo con sus maravillas y desgracias… Y la amalgama selectiva
y personal que hacemos de todo, es lo que crea una mentalidad única en cada uno
de nosotros. Es imposible escapar a las
enseñanzas individuales que la vida nos da, porque hasta un tipo que viva
en una cueva, aislado de toda civilización, estará aprendiendo algo que
nosotros desconoceremos.
Hagamos lo que hagamos, estará determinado por lo que
hayamos vivido previamente. Por tanto, resulta absurdo juzgar a alguien por las
decisiones que ha tomado libremente, más cuando ninguno conocemos por lo que ha
pasado en su vida.
Pero aun así, hay determinadas personas que no descansan en
eso de lamentarse continuamente, como si el hecho de repetir una y otra vez a
los cuatro vientos su complicada situación fuera algún tipo de terapia o
solución. Lamentos que llegan porque les ha ido mal, o porque creen que en algo
puntual que esté por llegar les irá fatal. La ¨doble D¨ los denominaría,
porque son débiles y desconfiados.
Pero en el otro lado de la realidad tenemos a los valientes, a los que han
aprendido a base de palos, y miran de frente a la vida sin miedos, con el
bagaje que han acumulado con el paso de los años. Ese, y no otro, pienso que es
el camino, porque si algo está claro como el agua es que de los errores también
se aprende.
Queramos o no queramos, las lecciones tanto positivas como
negativas que nos llegan desde nuestra vida nos ayudan para mejorar como
personas. Seríamos totalmente distintos, e incluso auténticos desconocidos
para nosotros mismos, de no haber vivido
todo lo que llevamos a las espaldas. En el pasado, hemos tomado decisiones
incomprensibles para nuestro yo
actual, y en el futuro, se supone que tomaremos decisiones acertadas porque
cada vez nos hacemos más expertos en esto de la vida…o no.
Y me refiero con ese NO final a que quizás en el futuro
volvamos a fallar donde ya hemos fallado, porque en ocasiones, ignorar el
aprendizaje obtenido y saber que vamos directo a una equivocación es demasiado
tentador. El ser humano es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra,
pero todos sabemos que a veces tropezar en la piedra, resulta más interesante
que esquivarla.
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De los momentos más difíciles son de los que más podemos aprender
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