En mi lista mental de ventajas e inconvenientes que
suponen los exámenes, veo infinitos inconvenientes, pero me es difícil imaginar
más de un par de ventajas, que en realidad solamente son ventajas, en todo caso, para la figura del profesor. Por eso creo firmemente que se podría hablar durante horas de los exámenes, y siempre se llegaría a la conclusión de que son reemplazables.
No me voy a poner aquí a enumerar las ventajas e inconvenientes que podemos sacar de los exámenes, porque eso fácilmente en Internet se puede encontrar. Lo que me cuesta entender es como con tantísima gente en contra de
esa forma de evaluar tan anacrónica, todavía se siguen repitiendo sin pausa los
exámenes, controles, o como quieran llamarlo, en todos los niveles del sistema educativo. Desde Primaria (al menos aquí últimamente suelen centrarse en evaluar de forma comprensiva lo que el niño/a ha trabajado en clase) hasta la
Universidad, pasando por otros áreas del aprendizaje como títulos de idiomas u oposiciones, se hace pasar a la gente por un proceso inútil y terrible de
exagerado estudio memorístico innecesario para aprobar asignaturas. Exámenes, que
suelen destacar negativamente por valorar básicamente en exclusiva la capacidad
de memorización del estudiante…porque claro, la memorización a ese nivel
extremo es algo que cualquier individuo utiliza bastante en su día a día.
Amigos que manejáis el sistema, ¿no os dais cuenta de
que medir el aprendizaje de una persona es algo absolutamente imposible? Lo
único que podéis hacer es obligar a la gente a pasarlo mal memorizando durante
días o semanas un temario infumable que en la mayoría de los casos ni le
interesa ni le va a resultar útil, para que luego lo vomiten en un papel y no
lo recuerden más nunca. Os lleváis creyendo desde hace décadas
que así se refleja lo que han aprendido, y eso provoca que la gente relacione aprendizaje con evaluación, y peor aún, aprender con memorizar, y acaben todos odiando aprender, porque aprender, en
este sistema tan mal fabricado, supone estrés, tensión y aburrimiento para
obtener un numerito por encima del 5 en la magnífica evaluación que se debe
superar para que te consideren como un estudiante que ha aprendido.
Y por si la forma de evaluación fuera poco, luego
entra en juego la dificultad añadida, porque todo examen significa que tendrás
que estudiar una cantidad desproporcionada de temario, y en el momento de hacer
el examen, aparecerán preguntas que inducirán al fallo en lugar de ayudarte a
demostrar ¨lo que has aprendido¨. Además, ¿Qué sentido tiene analizar el
rendimiento de unos meses de asignatura durante un par de horas concretas en un
día concreto? Y otro golpe duro para quien defienda los exámenes es, ¿Qué pasa
con la subjetividad de esta prueba? Depende totalmente del criterio del
docente, y un estudiante cualquiera no merece que su ¨aprendizaje¨ sea evaluado
de una forma u otra dependiendo de quién le corrija los exámenes.
Son demasiadas las razones por las que los exámenes
son absurdos, y la verdad, creo que su tiempo de preparación, es decir, todas
esas horas de estudio intenso, bien podrían dedicarse a cualquier otra
actividad más productiva y útil. Hay muchas otras formas de evaluación alternativa al examen, que si no se llevan al aula, es porque no interesa ni a los docentes ni al sistema. Hacer exámenes es lo fácil y rápido, y a lo largo de la historia es fácil observar como lo sencillo, aunque estuviera mal, se ha impuesto siempre a lo sensato.
Que esta rueda de los exámenes siga girando solo
refleja los nulos avances que se han hecho en el sistema educativo, porque
el mundo no para de cambiar, pero el terreno de la Educación funciona prácticamente
igual que hace 50 años. Manda huevos que hasta hacer la cama o barrer supongan
más diversión y sean actividades más llevaderas que estudiar para un examen, pero más huevos manda que a nadie se le ocurra imponer de una vez otras formas de evaluación más significativas y realistas.
PD: con todo esto no quiero que se refleje que soy un
vago para estudiar, porque no. Lo que me da coraje es emplear tanto tiempo en
algo que sé que no me va a servir para nada, más allá de para aprobar
asignaturas y que me den títulos.
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