martes, 11 de julio de 2017

La tortura definitiva

Ignoraba por completo si esa inesperada detención era fruto de algún crimen concreto, o consecuencia del conjunto de todos aquellos que había realizado a lo largo de los años oscuros de su vida. Por aquel entonces, llevaba meses comportándose como un tipo pacífico, que simplemente disfrutaba del dinero en una casa apartada de la civilización, sin hacer daño a nadie, y no esperaba un cambio de planes tan brusco como aquel. Bajo su punto de vista, era irónico que justo en aquel momento, ese ejército de policías entrara, destrozando la puerta, para ponerle las esposas y arrastrarle hacia un coche patrulla.





Antes de introducirse en los asientos traseros del vehículo, alguien le colocó bruscamente un trapo en la cabeza. Notó como le hacían un nudo en la parte de la nuca, y un instante después, un objeto muy duro golpeó con dureza su frente, dejándole sin sentido. Pasado un tiempo, llegaron a alguna parte, y le sacaron del coche a la fuerza.

Alguien retiró el trapo de su cabeza, y sus ojos sufrieron con aquel impacto que el Sol provocaba desde el cielo. Aun se encontraba más dormido que despierto, y aquellos rayos parecían empeñados en destrozarle sus retinas. Unos segundos después, volvió a abrir los ojos con más calma, recuperando la visión natural, y pudo observar su alrededor. Empezó a comprender que se encontraba en las afueras de un edificio totalmente aislado de toda civilización. Miraras a donde miraras, solo veías campo y más campo.

Le arrastraron a la fuerza al interior de aquella construcción, y después de avanzar por un pasillo, le hicieron entrar en una habitación vacía cuyo olor era insoportable, obligándole a sentarse en una enclenque silla. No había nada más. Solos, una silla, y él. El hombre que le llevó hasta allí, se fue por la puerta por la que acababan de entrar. Un rato después, por otra puerta que había en la habitación, entró un señor trajeado, y que parecía cerca de la jubilación. Arrugas y cicatrices dominaban su rostro. Con un paso lento, llegó hasta las espaldas del muchacho, y posó ambas manos sobre sus anchos hombros.

— Sabes perfectamente lo que te va a pasar — Alargaba de una forma tremenda las palabras, y parecía que nunca iba a terminar de decir lo que quería transmitir —. De una forma u otra, siempre lo has sabido. Conocemos todo lo que has hecho, y tenemos pruebas que demuestran que eres un criminal.

—Tengo derecho a un juicio ¡Un juicio justo!

—Llevas razón. Pero es un derecho del que no vas a disfrutar. La basura como tú nos la traen aquí directamente. Al sistema no le interesa perder dinero con juicios, abogados o cárcel en gente como tú —dijo con cara de asco, aunque el muchacho no pudo ver aquella cara porque el tipo seguía hablando justo detrás de él—. Ni al sistema ni a nadie.

—Los que me conocen me echarán de menos. Preguntarán. Incordiaran.

—Sí, sí, y sí. No me cabe duda. Pero ya nos inventaremos algo adecuado para tu desaparición —Comenzó a moverse, hasta que se quedó plantado justo delante de él, agachado, mirándole a la altura de la cara —. ¿Encontrado cadáver de criminal en las profundidades del río? ¿Atropellado un criminal en accidente de autovía? Yo que sé. Nadie va a cuestionarse nada cuando se enteren de algo así. No te preocupes. Nos montaremos algo a tu altura.

— ¿Qué es este sitio?

—El lugar perfecto para la gente como tú —dijo mientras se dirigía a la puerta por la que entró el muchacho—. No es una cárcel. Es algo mejor. Aquí os enseñamos que el mal camino, os lleva al dolor, y nosotros somos los creadores de ese dolor. Ven, acompáñame.

Mantuvo su trasero fijo en la silla, pero cuando aquel señor abandonó la habitación, una descarga eléctrica le hizo levantarse. De nuevo, otra pequeña descarga empezó a producirse. Se percató de que las descargas provenían de sus muñecas. La provocaban las esposas que tenía puestas.

—¡Eh, eh! Esto me está…

—Cálmate. Sígueme y no habrá descargas. Quédate ahí, y cada vez aumentarán…—dijo la voz del señor desde el pasillo.

No tuvo otro remedio que ir detrás de él. Salió a aquel pasillo que parecía eterno, y se acercó hasta el señor, que lo esperaba a lo lejos, junto a otra puerta. Conforme avanzaba, aparecían a los lados del pasillo unos enormes cristales, que dejaban ver el interior de extrañas habitaciones, donde se acumulaban todo tipo de aparatos de compleja composición. Había visto esos objetos en algunas películas. Eran artilugios espantosos de otros siglos, que no esperaba ver en funcionamiento a estas alturas. Al fondo del pasillo, un hombre de mediana edad salió tambaleándose de otra habitación. Apenas podía mantener el equilibrio. Chorreaba desde la cabeza a los pies un sudor espantoso.

—Como iras viendo, aquí lo que destaca es el dolor. Se podría decir que la tortura es nuestra especialidad desde hace mucho tiempo. Eso sí, solo lo recibe quien lo merece. Solo gente de tu calaña —fue lo último que le dijo antes de que alguien apareciera por detrás, y lo introdujera de un empujón en otra habitación.

Esta vez, la sala era completamente oscura. Ni siquiera se podían apreciar con claridad las paredes. Lo único que destacaba era una solitaria bombilla que caía del techo, colgada de un casi imperceptible cable.

—Acércate de espaldas a la pared. Anda hacia atrás, y pégate a ella —dijo la voz del señor trajeado desde algún altavoz.

El muchacho se negó a hacerlo, y la descarga producida por las esposas comenzó a aumentar.

—No tenemos toda la tarde —aclaró con rotundidad.

Se resistió durante unos segundos, pero llegó a un punto donde no podía aguantarlo más. Pensaba que la descarga iba a provocar que le reventaran las venas. Se dirigió corriendo hacia la pared, y se quedó allí quieto. El dolor de los calambrazos en la muñeca desapareció. Entonces, unos hierros aparecieron de alguna parte de la pared, y rodearon su cuerpo de arriba abajo, dejándole atrapado e inmóvil contra la pared. No se podía mover, y apenas podía respirar. Ni siquiera podía mover la cabeza, que la mantenía por obligación de aquellos hierros, mirando al frente.

—Caballero, le presento la forma de tortura definitiva. Espero que disfrute de la experiencia —dijo aquella maldita voz.

Antes de que terminara de hablar, justo en frente de su cuerpo prisionero de los hierros, casi la pared entera se iluminó. En el techo, cerca de la bombilla, apareció un proyector, y la pared parecía haberse transformado en una gran pantalla. Suponía que se trataba de algún tipo de película que le obligarían a ver. Respiró aliviado, porque era consciente de que nada que le enseñaran podría torturarle mentalmente. Solo serían imágenes que se sucedían con un movimiento de fondo. De repente, en la parte inferior derecha de la proyección, apareció un número, el 5.

Al poco tiempo de empezar, los ojos del muchacho entendieron que estaba ante algo horrible. Durante las primeras dos horas, unos hombres jóvenes que con total seguridad pasaban la mayor parte del día entre el gimnasio y el solárium, y que asombraban por ser exactamente iguales tanto físicamente, como mentalmente, aparentaban ser el mejor candidato para conseguir a una chica concreta. Pero había también otras muchas chicas, igual de ordinarias e ilusas que la primera, que intentaban ocupar el ¨corazón¨ de los muchachos, con actuaciones lamentables.

Luego, tuvo que aguantar una hora entera viendo como gente cuya vestimenta era algo lamentable, pero aceptable al fin y al cabo, suplicaba a tres pintorescos personajes que mejoraran sus prendas de ropa, como si eso lograra que les fuera a ir mejor en la vida. Era insoportable empaparse de tan poca personalidad, y de tan exagerada dependencia por las modas.

Después, durante nada más y nada menos que cuatro horas, unos tipos particulares discutían y se gritaban entre sí en un amplio espacio, donde el público, formado en su mayoría por señoras menopáusicas, alababan con elevado fervor sus comentarios inútiles. Estos protagonistas iban hablando, o mejor dicho, chillando de un lado a otro, mientras hablaban de otras personas, que ni siquiera estaban allí para defenderse. Los chismorreos ocupaban todo el tiempo de aquel programa, y al muchacho le entraron unas nauseas asquerosas. Chilló todo lo que pudo para que pararan aquella maldita emisión.

Más tarde, horas y horas de una interminable emisión, que consistía en ver como una serie de personas con verdadera poca inteligencia mental, convivían en una casa durante días y días. El concepto parecía entretenido, pero cuando descubrías que al fin y al cabo todo se reducía a quien se acostaba con quien, y quien se peleaba con quien, todo perdía interés. Algo que podía ser curioso de observar, acababa transformado en un horror audiovisual.

Tras interminables horas de sufrir aquella terrorífica visión, muchas otras escenas terribles llegaron sin piedad hasta sus ojos. No podía aguantar más. Chilló con más fuerzas aun, y sintió que se le iba a desgarrar la garganta. Sus ojos estaban irritados por no poder escapar de semejante sufrimiento audiovisual. Notó que iba a desmayarse. Los hierros desaparecieron de nuevo en la pared, y cuando quedó libre, cayó al suelo, perdiendo el conocimiento.

En la cabina anexa a la sala donde el muchacho acababa de caer desplomado, el señor trajeado llamó a alguien con su móvil de ultimísima generación.


—Sujeto número 13: mismo resultado obtenido tras la exposición a la emisión que ofrece esa cadena. Si…exacto…me alegro…yo también estoy satisfecho…claro…desde luego estoy de acuerdo con usted, es la mejor tortura que hemos inventado.

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